Aunque se trata de una anécdota, voy a contar esta historia porque me parece bonita. Con la lactancia materna prolongada muchas veces nos sentimos solas e incomprendidas, cuando hay mucha más gente de la que pensamos que nos comprende y apoya.
Tengo un niño de 26 meses que sigue tomando pecho y vivo en un pueblo grande, pero bastante poco cosmopolita. Algunas veces que me he puesto a darle el pecho en la calle he observado tres actitudes: los que sienten vergüenza ajena (como si fuese una exhibicionista); las que me felicitan por tener todavía leche (quedaría muy pedante que tratase de explicarles que esto no es un embalse que se seca, ya que a su manera tratan de apoyarme); y las que acusan a mi hijo de ser un vicioso y demasiado mayor para tomar teta (esto me está provocando serios problemas, porque él se resiste a reconocerse como niño e insiste en que es un "bebé pequeño"). Así que, cuando mi hijo me pide "tetilla" por la calle, normalmente procuro buscar lugares discretos o darle el pecho bien tapada y con disimulo.
Pero hoy ha sido diferente. ¡Debe ser el buen tiempo!