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viernes, 5 de febrero de 2016

OPINOLOGÍA Y LACTANCIA



   No suelo recibir demasiadas opiniones no deseadas por parte de desconocidos cuando me detengo por la calle a amamantar a mi hija. Quizá porque hasta ahora la niña no había entrado en esa edad a partir de la cual, culturalmente, resulta chocante en nuestra sociedad que un bebé siga mamando (cifra muy relativa que en la percepción de algunas personas se sitúa incluso por debajo los 6 meses de lactancia exclusiva recomendados por la OMS y la AEPED). O quizá porque en esta tierra la gente es de naturaleza reservada y lo piensa pero no lo dice. A juzgar por lo que leo de otras madres de lactantes, parece una práctica bastante habitual la de ofrecerles juicios no demandados, repletos de mitos, cuando no directamente amonestaciones.

   El otro día, sin embargo, acudí a un acto cultural con mi hija de 18 meses y le di el pecho cómodamente sentada en mi butaca. Algo muy recomendable si se quiere contribuir a que una peque se sienta a gusto y relajada e interrumpa lo menos posible la actividad en cuestión. A pesar de recibir amables sonrisas y miradas de ternura por parte de algunos de los asistentes, cuando terminó la velada, también recibí una de esas injerencias inesperadas: una mujer de unos 60 años se me acercó y me brindó su aportación “opinológica”, articulada principalmente en tres preguntas/sentencias:

    1. ¿Todavía le das pecho?
    2. Pero ya no sacará nada, ¿no?
    3. Además, eso a estas alturas ya no alimenta.

   En las redes, en foros y grupos de madres, se encuentran sin dificultad ocurrentes respuestas para este tipo de preguntas, basadas, en diferentes combinaciones, en estrategias como cortar al interlocutor todas sus posibles ganas de meterse en lo que no le importa, sorprender/noquear por medio del humor o el sarcasmo, poner en evidencia su atrevimiento o dar por terminada cuanto antes la conversación. Como yo tengo tendencia a responder de la forma más afable posible a quien no conozco (nunca se sabe), esos recursos no me resultan demasiado cómodos. Además, me da rabia desaprovechar la oportunidad de lanzarle un par de pildoritas a quien me lo pone en bandeja, por si le sirven para desechar sus falsas creencias y ampliar aunque solo sea un poquito su visión. No lo puedo evitar; me debo estar volviendo demasiado militante, en esto de la lactancia.

   Así que, a la primera pregunta, me limité a asentir suavemente con la cabeza (el hecho era obvio). A la segunda, le contesté: “¿Que no saca nada? ¡Claro que saca! ¡Si se escuchan perfectamente los tragos que da! Eso cuando no se le escapa y se ve salir el chorro...” Y a la tercera le contesté que por supuesto que alimentaba, que de hecho hacía una semana había estado con gastroenteritis y lo único que accedía a comer era teta… y que así yo estaba tranquila sabiendo que estaba bien nutrida e hidratada.

   No seguí porque tampoco pretendía ser pesada, y la cara de la desconocida ya mostraba una cierta turbación. Pero me habría gustado decir muchas cosas más.

   Me habría gustado preguntarle si, al hacer la compra en el supermercado, se paraba alguna vez a pensar cuánto tiempo llevarían ordeñando a esa vaca con cuya leche habían llenado el tetrabrik que se llevaba a casa; si alguna vez había tenido dudas sobre las cualidades alimenticias del producto, ya que no tenemos acceso a datos como la edad de la vaca y el tiempo que hace que parió a su ternero. Pero, sobre todo, me habría gustado compartir una reflexión que hace tiempo me ronda la cabeza: ¡Qué poderosa es la industria, que es capaz de convencer a las mujeres de que la leche de un animal desconocido tiene más calidad que la que producen nuestros cuerpos específicamente para alimentar a nuestras crías! ¡De qué forma tan letal ese mercado global del que hasta las personas formamos parte nos ha robado la autoestima, hasta el punto de convencernos de que nuestros pechos no valen, nuestra leche es aguada, el alimento que mana de nosotras no es bueno ni suficiente!    Me gustaría pensar que algunas de las mujeres a las que os han llegado estas palabras estaréis sonriendo en este momento, sintiéndoos nutritivas y poderosas. Hayáis amamantado o no a un bebé, todas vosotras sois mucho más auténticas que esas imágenes distorsionadas que se empeñan en vendernos. No lo olvidéis cuando alguien, conocido o no, intente convenceros de lo contrario.

Minerva López

4 comentarios:

  1. QUÉ IDENTIFICADA ME SIENTO CON TODO LO QUE DICES

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  2. Hoy estoy molesta por el programa de tve de los médicos..no me gusta como han tratado la lactancia prolongada.eo si ha sido de forma sibilina..horrible.

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  3. Ya, África. Todavía queda mucho para que la población en general comprenda la importancia de la crianza amorosa.

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