A causa de la Covid 19 los Encuentros de madres de LBL se harán on line. Permanece atenta a nuestras redes

martes, 6 de diciembre de 2016

LA SOLEDAD DE LAS MADRES



   Escribo desde el puerperio de mi segunda maternidad, invadida por las hormonas, por la reciente herida de un parto que no fue lo que esperábamos, por el cansancio del trasnoche atendiendo a mi bebé y, al mismo tiempo rebosante de amor y felicidad, y de una extraña tristeza. Es un sentimiento de vacío, como de un hueco que espera ser ocupado por algo que no acaba de llegar. 

   Miro a mi alrededor y la casa me parece una leonera. Hay una lavadora por tender, platos en el fregadero, algunos restos de la cena de anoche que dejamos sin recoger en la urgencia de irnos a la cama derrotados por los quehaceres diarios suplicando para que las niñas no tardaran mucho en dormirse. Sobre todo porque Hermana Mayor madruga para ir al colegio y le cuesta lo suyo arrancar por las mañanas.

   Cuando suena el despertador a las 7.45 papá ya se ha levantado y empieza a preparar los desayunos y vestirse para ir al trabajo. Las chicas nos desperezamos, y Hermana Mayor se va levantando a desayunar mientras Hermana Pequeña toma su ración de teta mañanera. La primera hora de la mañana se llena de pasos, de idas y venidas, de vasos de leche, colonia, y cepillos de dientes. Cuando Papá y Hermana Mayor salen por la puerta, tras el portazo se oye un silencio sepulcral y comienza mi día en soledad. 

   En esta ocasión, esta sensación agridulce del posparto no me coge desprevenida: las molestias del desgarro en el periné, la congestión de leche en los pechos, el cansancio acumulado, el día a día sin horarios con tu bebé en brazos, tratando de poner algo de orden en la casa si el recién nacido nos da una tregua y tratando de comer algo de vez en cuando, casi siempre frío y a deshoras. El silencio y la soledad.

   He de  decir que  en este puerperio he superado mi umbral de tolerancia a la frustración. Miro las pelusas de la casa con indiferencia, me importa menos esperar a la noche para darme una ducha, llevo mejor eso  de comer algo rápido de pie en la cocina y la Soledad, así con mayúsculas, duele menos. Mientras buceo en ella, me hundo a ratos,  y salgo a flote, me da por pensar en esta gran paradoja con la que convivimos en esta era, en la que las madres de hoy en día maternamos en urbes donde la densidad de población casi llega al hacinamiento, encontrándonos al mismo tiempo tan aisladas, sin apoyos, sin sostén. Sin tribu. Y tienes una familia grande, y buenos amigos, y vives en un edificio y en un barrio lleno de vecinos, pero nos han enseñado que la maternidad se ejerce sola, porque tú decidiste tener a ese hijo, así que te toca apechugar. Y lo harás. Pero sobrevivirás a ello, probablemente con poca ayuda o ninguna y bajo el ojo vigilante y el juicio despiadado de toda una sociedad que te observa expectante a ver cuánto tardas en cagarla.

   Seguramente muchos considerarán que en las próximas 16 semanas de permiso de maternidad estarás de vacaciones, y tendrás tiempo de sobra para ocuparte de todo, porque eso es lo que deben hacer  las madres mientras crían y educan a sus hijos: tener la casa como una patena, la ropa limpia y planchada, la nevera llena de comida saludable y platos perfectos y elaborados presentados en la mesa con puntualidad británica. Cuando agotes ese tiempo, tendrás que volver a tu trabajo con un sacaleches debajo del brazo y el corazón roto al verte en la encrucijada de dejar a tu bebé, tan necesitado de tu contacto y de tu cuerpo, en una guardería  al cuidado de unos  desconocidos  a cambio de un generoso pedazo de tu sueldo.  Además, habrás tenido que recuperar tu figura previa al embarazo, llevar la raya del ojo muy bien puesta, doble capa de anti-ojeras e ir vestida elegante pero informal.  Con un look que al mismo tiempo te permita sacar la teta con agilidad para calmar el llanto de tu bebé en el supermercado, en la cola del banco, al pie de los columpios en el parque o en cualquier lugar de características inverosímiles.  

   Estoy aprendiendo nuevas habilidades, eso sí: a leer cuentos y a pintar con Hermana Mayor con un brazo, mientras sostengo y doy de mamar a Hermana Pequeña con el otro, a hacer tortillas francesas en 30 segundos, a tender la ropa mientras porteo a mi bebé en un fular… A sacar energía de donde parecía que no quedaba.  A respirar hondo y reconocer que no trago más con esta cultura de la buena madre que ejerce en solitario, y que el disfraz de superwoman ni me pega, ni me entra, ni me lo quiero poner. 

   Yo prefiero seguir buscando el paraguas, el calor y el sostén de la red mullida de una tribu. De una sociedad que reconozca, dignifique, y enaltezca el valor tan incalculable de la labor de los cuidados.


Laura Torre