Muchas madres, una vez instaurada y llevada a cabo una
lactancia larga y satisfactoria con sus hij@s, acuden a nuestros encuentros
para preguntar cómo hacer para que ésta termine porque creen que ya ha durado
lo suficiente, porque el pecho les hace daño, porque las noches entre toma y
toma se han vuelto insoportables, o simplemente porque para ellas ha llegado el
momento de pasar página y empezar a disfrutar de sus pequeñ@s sin teta
mediante. Por esto hemos decidido desde nuestra asociación dedicar una serie de
artículos de nuestro blog al tema del destete,
un momento de separación a veces duro para las madres y l@s niñ@s pero que, sin
embargo, puede volverse tierno y satisfactorio para la pareja madre-bebé. Hemos
decidido recopilar algunas de nuestras experiencias personales con el destete
para ofrecer versiones de cómo llevarlo a cabo y, sobre todo, para quitar
miedos y proporcionar confianza a las madres que deciden dar este paso. No pretendemos ofrecer modelos a seguir sino reflejar diferentes experiencias de diferentes mujeres, quizás te reconozcas en alguna.
El destete de Markel y Ágata
Markel no tenía ni un añito y medio cuando me quedé
embarazada de Ágata, y seguía tomando teta. Había oído hablar del
amamantamiento en tándem pero no me veía, me parecía demasiado darle el pecho a
dos niños a la vez, y los últimos meses de embarazo - Markel tenía dos años y
tres meses - lo confirmaron: mis pezones se habían vuelto hipersensibles, me
dolían mucho y empezaba a sufrir lo que solemos llamar "agitación por
amamantamiento", una sensación de rechazo que tenemos algunas mujeres
cuando nuestros hij@s maman. Entendí que había llegado nuestro momento. El fin
de nuestra simbiosis física más animal. Me dio pena pero para mí estaba claro:
había llegado el momento de destetarle.
Siendo mi primer hijo, creí que iba a ser imposible. La teta
era para Markel el primer consuelo y no se dormía sin ella. Sin embargo, el
aumento del volumen de mi barriga dificultaba nuestra unión y notaba que él
también empezaba a sentirse incómodo: quizás una primera señal del comienzo de
nuestra separación.
Decidí hablar con él con sinceridad. Con 2 años los niños
entienden mucho más de lo que creemos. Le dije que cuando mamaba me hacía mucho
daño. Al principio pareció no entenderlo, pero la decisión estaba tomada y seguí
en mi línea. Ya no había más teta porque a mamá le hacía daño.
La desesperación y los llantos duraron una semana o algo más:
me parecía imposible que fuese a funcionar pero mi determinación era tanta que
no cedí, y empecé a buscar otras formas de dormirle y calmarle. Lo intenté con
masajes, con caricias en el pelo… nada parecía funcionar. Sin embargo un día, a
la hora de la siesta, apoyó su cabecita en mi pecho y cayó rendido. La cabeza
recostada en mi pecho: ésa fue nuestra solución. Ahí era donde él se sentía
seguro y conseguía relajarse con el calor y el olor de su madre, y así cayó
rendido en los brazos de Morfeo.
Como un reloj, a los dos años y 3 meses de vida de mi
segunda hija Ágata, la agitación por amamantamiento volvió a visitarme y otra
vez experimenté esa sensación de no querer que llegue el momento de mamar, de
querer retrasarlo cada vez más, de no querer amamantar en público, de necesitar
mi espacio y de que las tomas fueran cada vez más cortas.
Mis lactancias, que en total sumaron casi 5 años, se habían
acabado. ¿Un duelo? En mi caso no tanto. Habían sido dos lactancias
extremadamente satisfactorias, mis hijos estaban sanos y felices y sentía que
iba a poder disfrutar de ellos de otras maneras, sin teta mediante.
Y así tomé la decisión con Ágata también. Esta vez los
pechos no me dolían como durante el embarazo, así que decidí decirle algo
diferente. Pero, ¿cómo explicarle a tu hija de una forma que no le duela que ya
no hay teta para ella, que ya no se la quieres ofrecer? ¿Qué mensaje podría
asimilar siendo tan pequeñita?
Le dije que la leche se había acabado, que se la había
tomado enterita y que ya no salía. Le dije que cada bebé cuando nace tiene una
cantidad de leche que se toma hasta que se vuelve más mayor, y que cuando esta
se acaba tiene que comer otras cosas. Unas mentirijillas piadosas a la altura
de sus dos añitos.
Al principio no pareció estar conforme. Se volvía
literalmente loca, gritando y casi pegándome. Por suerte, en los últimos meses
fuimos acotando las tomas solo a los momentos de dormir; fuera de casa ya no tomaba teta y en casa, cuando me la pedía,
intentaba distraerla con alguna otra cosa. Pero dormir sin teta...no había
forma. Otra vez a buscar soluciones... ¿La siesta de la tarde? En coche.
¿Antiético, antinatural, antiecológico, antiergonómico y antiniño? Pues sí,
pero o eso, o a partir de las 3 de la tarde empezaba la locura debida a su
extremo cansancio. ¿Y por la noche? Pues poco a poco fuimos encontrando formas
de dormir...la que más nos gustó fue en la cama con su hermanito y yo en el medio, los
tres acurrucados bajo la manta después de leer unos cuentos. Nos costó unos
días adaptarnos pero funcionó y me sorprendí de cómo empecé a disfrutar de
ella de otras maneras.
Volví a sentirme poderosa. El pecho había supuesto para mí
el empoderamiento máximo después del parto porque en sus primeros años de vida
les proporcionaba a mis hijos todo lo que necesitaban: alimento, cariño,
consuelo, amor, calor, contacto piel con piel. Sin embargo, ahora se trataba de
un poder distinto, porque ya mis hijos no me identificaban solo con la teta:
ahora yo era también pelo, pecho, brazos, manos, piernas y podía solucionar las
cosas con caricias, besos, tiritas, abrazos, risas y palabras.
Se cerró para nosotros una época preciosa y se abrió otra
nueva e igual de maravillosa.
Marta Parisi