Estuve 39 semanas preparando la llegada de mi hija. 39 semanas preparándome mentalmente para traer a mi hija al mundo de la manera más natural y respetuosa posible, leyendo y trabajándome emocional y físicamente para la llegada de ese maravilloso momento.
Con algunos matices, lógicamente, pero el recuerdo que mantengo de ese instante es irrepetible. Sentir a mi hija sobre mi pecho recién salida de mis entrañas. Aún recubierta por la vérmix, encogidita, y haciendo pequeños ruiditos, moviéndose sobre mí, oliéndonos y poniendo en juego los instintos más primarios. Conociendo a alguien que ya conoces...
Pero a veces, cuando estás viviendo uno de los sueños más dulces, ocurre que pasan cosas para las que nadie te prepara, y cuando tu hija apenas cuenta con 48 horas de vida, ésta es ingresada en una UCI neonatal. Y es entonces cuando el mundo se te hace trizas.
Mi hija entraba en apnea. Sencillamente dejaba de respirar. Como desconocían el origen de esos episodios, decidieron retirarle cualquier tipo de alimento. No puedo explicar con palabras lo que sentía en aquellos momentos. El miedo, la incertidumbre, el DOLOR, el cansancio, la culpa, la rabia. Mi hija lloraba reclamando alimento y yo con mis pechos llenos sólo podía decirle que tenía que tener paciencia... Que no había venido a este mundo para esto, que la vida no era esto. Que todo era circunstancial, temporal. Pero lo cierto es que no tenía ni idea de lo que iba a ocurrir. Toda llena de cables y monitores por todas partes que ni el calor de mis brazos podía brindarle.
Pregunté si podían facilitarme algo para extraerme leche y enseguida me entregaron mi "kit de extracciones". Me acompañaron hasta la sala de lactancia, y allí estaba yo. Sola. Con los ojos llenos de lágrimas y pensando si tenía sentido. Acompañada por unas luces blancas cegadoras y un silencio sepulcral de madrugada. Recuerdo que mientras las gotas de calostro iban saliendo, fui abandonando poco a poco todos los grupos de Waths app con un audio de despedida. Decía adiós. Pedía que se respetara mi silencio y mis tiempos. No alcancé a extraer más de 10 ó 20 mililitros de calostro, que se perdían en aquel bote transparente que me habían facilitado para su almacenaje.
... Y así fui yendo y viniendo por aquel silencioso pasillo rigurasomente cada tres horas. Aquel se había convertido en mi momento de soledad. No recuerdo todas las veces que lloré. Todas las veces que soñé los mil posibles finales de aquella historia mientras el sacaleches bombeaba mis pechos.
Casi sin darme cuenta aquellos anecdóticos 10 ó 20 mililitros de líquido amarillento que al principio se perdían en aquellos botes de recogida de leche, se fueron convirtiendo en un líquido blanco y más abundante. A lo largo de los días siguientes decidí llevar mi propio sacaleches. Probé diferentes tallas de embudo: Inicialmente la 30, la 27, la 24... Hasta que me di cuenta que las extracciones eran muchísimo más eficaces con la intermedia.
Y cada tres horas la misma operación. De día y de noche... Masaje en los pechos... Extractor en marcha... Otro bote más a entregar para congelar. ¿Serviría finalmente para algo aquella leche? ¿Serviría para algo aquel trabajo de instauración y mantenimiento "artificial" de mi producción de leche? Al octavo día de ingreso contabilicé las cantidades extraídas a lo largo de todo el día. Algo que no había hecho hasta entonces no sé muy bien por qué... Superaban los 800 mililitros. ¿Era mucho? ¿Era suficiente? Parece ser que sí lo era.
Nos dieron por fin la noticia. La niña tenía que empezar a comer de nuevo. Aquel trabajo no había sido en vano... Ponerla al pecho tendría aún que esperar de momento, pero la niña no podía estar eternamente a base de suero y sin alimentarse. Necesitaban comprobar la cantidad de leche que ingería y si ésta le causaba algún tipo de reacción, por lo que las primeras tomas serían en biberón y el alimento se introduciría muy lenta y paulatinamente. 10 mililitros tomó la primera vez. 10... Y no puedo olvidar la cara de éxtasis en el rostro de mi hija. Apenas 4 ó 5 succiones necesitó para terminarlos, pero no cabe duda de que le supieron a gloria...
Tras varios días en los que no hubo ningún tipo de reacción adversa me propusieron ponerla al pecho primero y luego ofrecerle el biberón con mi leche extraída. Ni los conocimientos que tenía, ni la experiencia que he ido adquiriendo asesorando a otras madres, me sirvió para ahuyentar todas mis dudas y los miedos que de repente volvieron a taladrarme la cabeza.
[Continuará]
Verónica Saseta