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domingo, 19 de mayo de 2019

RELATO DE UN PARTO: "De casa al hospital"

Hace treinta y dos años viví mi primer embarazo, y decidimos que el parto fuera en casa. Queríamos que fuera lo más natural posible, estar acompañada de mi pareja, que se respetaran los tiempos, mi movilidad, que fuera cálido y entrañable, que no me rasurasen ni hicieran episiotomía por rutina, que se respetara que el cordón dejara de latir, que pudiera ponerme a mi criatura encima desde el primer momento para dejar que se pusiera a mamar lo más pronto posible, que su acogida fuese amorosa y no violenta… Todo cosas que hoy en día, treinta años después, parecen bastante normales y que son contempladas en muchos hospitales, pero que entonces eran impensables. Me atendía cerca de Oviedo una pareja de médicos que por su gran calidad humana se convirtieron en admirados y amados amigos.

Debido a una serie de circunstancias, llegó un momento durante el transcurso del parto en que decidimos ir al hospital. La acogida fue dura por venir de un parto en casa, pero conseguimos que dejaran que se quedaran acompañándome mi médico y mi pareja. Nos tocó una matrona que acababa de reincorporarse a su puesto de trabajo debido a que su marido había sufrido una penosa enfermedad y había fallecido, tema que nos relató con detalle, y que nosotr*s aguantamos con la esperanza de no indisponernos más con el personal y conseguir que nos concedieran retrasar el corte del cordón y hacer el piel con piel. No obstante, para mí era muy difícil estar de parto con esa charla, tumbada en una camilla, cubierta con una sabanilla y con la matrona sentada encima para impedir que me moviera. Con la oxitocina sintética puesta, cuando me venía una contracción dejaba que mi voz saliera con fuerza en lo que a mí me parecía una especie de canto que acompañaba mi respiración y a la vez también protesta por la conversación que escuchaba, y debido a eso la matrona se encontró con derecho de golpearme enérgicamente los muslos en varias ocasiones. En un determinado momento y sin previo aviso, me puso una inyección en la pierna. Me sentí tratada como si fuera una niña consentida a la que “hay que pegar un par de sopapos”, lo que yo pudiera decir no valía nada.

Cuando cerca de la medianoche por fin entramos en el paritorio, con sus fuertes focos, se produjo una discusión entre la matrona y mi médico de casa porque ella se empeñó en hacerme la episiotomía y en cortar el cordón inmediatamente. Me parecía estar en medio de una batalla, me sentía triste, agotada, y deseando que acabase todo. Cuando al final salió mi hijo como un hermoso pez, tuvimos un minuto para mirarnos y enamorarnos antes de que nos separaran y me tuvieran toda la noche en observación, medio drogada. Me habían robado mi parto.

Yo en esos días no fui consciente de la ruptura del vínculo con mi bebé pues, como cualquier madre, me sentía muy feliz con él. Fue necesario que se produjera la lenta recuperación de ese vínculo primordial a través de la lactancia para darme cuenta de la gran diferencia que había con el sentimiento de los primeros días. El trauma vivido durante mi primer parto me acompañó durante años.

Han pasado tres décadas. El parto en casa sigue siendo minoritario en occidente, pero a la vez se ha extendido entre mujeres concienciadas e informadas. En algunos países es una opción generalizada dentro de la sanidad pública. Los partos hospitalarios ya permiten el acompañamiento de la mujer por una persona allegada, ya no rasuran, la episiotomía es algo menos frecuente, se permite la deambulación durante la dilatación, se fomenta el piel con piel… Indudablemente hemos avanzado en sensibilidad, y poco a poco seguimos mejorando gracias al movimiento de mujeres organizadas, como la asociación El Parto Es Nuestro, y a profesionales concienciados, especialmente en el sector de matronas.

Pero como en todo avance, se produce también un movimiento en contra, de resistencia, que no solo alerta con información sesgada de los grandes peligros del parto en casa sino que también se considera con derecho para detener a una mujer en pleno proceso e ingresarla a la fuerza por orden judicial en un hospital (de nuevo en Oviedo) por la única e insuficiente razón de que su gestación pasaba de las cuarenta y dos semanas. Nos siguen tratando como si fuésemos niñas consentidas que necesitamos “un par de sopapos”. A pesar de los avances, ¡cuánto nos queda por trabajar!

Os animo a todas aquellas que os sintáis identificadas a que os unáis a otras, os manifestéis, os hagáis oír… para que en nuestra sociedad desarrollada las mujeres podamos elegir nuestro parto libremente, y nuestr*s hij*s puedan nacer en un entorno sin violencia. Como dice el obstetra Michel Odent, “para cambiar el mundo primero hay que cambiar la forma de nacer”.

Isabel Gutiérrez del Campo


 

martes, 14 de mayo de 2019

RELATO DE UN PARTO: "Pletórica de una nueva sensación"

Desde que me quedé embarazada, una de las cosas que me producían cierta intriga, miedo, inquietud, o llamadlo como sea: era el parto. ¿Identificaría las contracciones? ¿Cómo llevaría el dolor? ¿Sería para tanto como cuentan? ¿Es tan mágico el momento en el que llega a este mundo tu pequeñ@?

Así que, con el tiempo por delante de un embarazo, comenzó mi labor de investigación. Leía a todas horas. Me había convertido en una mono-tema-lectora: cuidados del bebé, lactancia, embarazo y, cómo no, parto. Leía experiencias de otras madres, consejos de matronas y ginecólogos,… de todo. 

Acudí a las clases de preparación al parto de mi centro de salud y servir, no sé si me sirvieron de mucho, porque cuando llegaba la parte práctica en aquellas clases y tocaba "imaginad que os viene una contracción"; yo me sentía algo estúpida ¡cosa de primeriza claro! ¡Cómo iba a saber yo cómo era sentir una contracción de parto!

Mi embarazo fue bueno, y así llegamos al PT de las 40 semanas. Yo no sentía en mi cuerpo nada distinto salvo sentirme muy pesada, aunque mi yo interior ya se mordía las uñas por conocer a la personita que estaba gestando. Resultado del PT: no hay apenas contracciones. Nos ve la ginecóloga y estoy dilatada de 1 cm. Me habla de la maniobra de Hamilton. Yo ya había leído sobre ello y estábamos de acuerdo en que si nos informaban, no tendríamos problema en que nuestro parto fuera inducido por ese método. Tengo que reconocer que sí duele, pero la doctora paró en su realización tantas veces como le pedí, fue amable y nada brusca. Ahora tocaba volver a casa a esperar la efectividad o no, y si el parto comenzaba.

Aquella tarde me empecé a encontrar revuelta. Era una sensación muy parecida a estar premenstrual. Dolores que iban y venían. Recuerdo que no fui a la clase de gimnasia de embarazadas a la que acudía cada semana porque me sentía muy pesada, pero yo, todo fuera por ayudar a la causa, me preparé una gran taza de chocolate para merendar. Después de cenar, sentada en el fitball empecé a tener contracciones más regulares que registré hasta casi la medianoche, que decidimos ir al hospital. Fue en ese momento, al salir de casa, cuando rompí aguas.

Ya no volvería esa noche a casa. Ingresamos por rotura de bolsa, porque a pesar de dos horas con contracciones no había dilatado nada: ¡1 cm! Igual que en la mañana. Que desilusión. Nos llevan a la habitación de dilatación-paritorio y la matrona se queda conmigo a charlar un poco del plan de parto; en mi caso el libro del seguimiento del embarazo con todo anotado, pero ella me pidió que yo le contara lo que quería y en ese momento no me salió nada más que “cuida de mi hija y de mí”. Momento de miedito que me invadió porque ella me devolvió una sonrisa y fue sentirme tan entendida... Hablamos sobre cómo son los partos, la epidural y alguna cosa más que no recuerdo exactamente, y ya nos quedamos solos papá y yo. Deambulando por la habitación, charlando, respirando, contracción, respirando… dejando a mi cuerpo prepararse.

No puedo decir si llevaba mucho tiempo o no, y en una de esas contracciones expulsé ya el tapón pero como había bastante sangre avisamos a la matrona y, tras revisarme de nuevo, ya estaba de 4cm. Era el momento de ponerme la epidural. Lo peor a partir de ahí fue perder la deambulación. Estar tumbada e inmóvil fue horrible. Y la anestesia, aunque hizo que mi dolor no fuese a más, mantuvo la intensidad misma que cuando llegué. Le saqué a posteriori el lado positivo, pues a la hora del expulsivo era totalmente consciente de cuándo era el momento de empujar y ayudar a mi pequeña a nacer.

Allí tumbada a medio oscuras, de la mano de papá, le hacía llegar cada contracción en busca de una salida del dolor fuera de mí... Cuando regresó la matrona, ya tenía ganas de pujar y estaba dilatada. Ni siquiera dio tiempo a transformar aquella cama. Di a luz casi tumbada, en tres pujos. Sin desgarro ni episiotomía. En 7 horas y media, mi parto había terminado.

Por fin mi pequeña A estaba sobre mí. ¡Qué invasión de sensaciones! Estaba completamente pletórica de una nueva sensación que ha llenado mi corazón del amor más grande e incondicional que jamás había podido imaginar. ¡Qué maravilloso el piel con piel! Tan cerca, casi tan unidas como hacía unos minutos antes. Me enamoré, más aún si cabe, de lo que ya lo estaba antes de conocer a la personita que llevaba dentro. Había mucha gente a nuestro alrededor haciendo su trabajo con ella y conmigo, pero no nos molestaron nada. En mi mundo ya solo estábamos A, papá y yo. Sobre mi pecho, en aquella habitación, A comenzó nuestra aventura de la lactancia que aún perdura 15 meses después.

Lorena G.

lunes, 13 de mayo de 2019

Parir en libertad: Mi parto, mi cuerpo, mi decisión


Desde La Buena Leche mostramos nuestro apoyo y nos unimos al comunicado que los colectivos feministas andaluces han lanzado mostrando su apoyo a la madre de Oviedo, denunciando la violación de derechos que ha sufrido.

Esto solo tiene un  nombre y es: violencia obstétrica.

Por suerte, no todos y todas las profesionales piensan ni actúan igual.

Parir en libertad: Mi cuerpo, mi parto, mi decisión