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martes, 15 de mayo de 2018

RELATO: Mi parto deseado y respetado

A las 00:15 de la madrugada del 23 de mayo de 2017 nos acostábamos, y en ese momento noté, porque realmente LO NOTÉ, cómo algo hacía una especie de "clac" dentro de mí. No fue doloroso, pero sí que noté algo. No sé muy bien cómo explicar la sensación que tuve ni qué palabras emplear para describirlo. Me recosté, precisamente porque suponía que la rotura de bolsa no debía de doler, pero aquello empezó a fluir... Cada movimiento, cada pequeño esfuerzo, implicaba una sensación del líquido amniótico deslizándose entre las piernas.

Dudé sobre si ir al hospital en ese momento o esperar a que se desencadenaran las contracciones, por aquello de llegar en el momento justo y que las intervenciones fueran las mínimas imprescindibles... Pero la verdad es que al tener que desplazarnos 25 kilómetros en coche hasta el hospital, después de pensarlo un poco, me quedaba más tranquila yendo, teniendo en cuenta que se trataba de mi tercer parto. Qué fácil es conocer la teoría y qué difícil ponerla en práctica cuando estás calzada en esos zapatos...

Me fui al cuarto de baño y me puse unas compresas al tiempo que me vestía. Bajé a la cocina mientras mi marido cogía la bolsa, la cartilla de embarazo, su cabeza,... Jejejeje, y de repente empezó a salir líquido como si hubieran volcado sobre mí un barreño de agua. Las aguas eran completamente claras. Transparentes.

Cuando hablan de aguas claras, no pensé nunca que después de haber un bebé ahí dentro durante tantas semanas, pudieran ser tan literalmente claras. Cristalinas.

Yo quería cambiarme de ropa... otra vez, pero mi chico me dijo "Como quieras cambiarte cada vez que sale algo de líquido, no nos vamos de aquí"... Y tenía razón. Por lo que con la ropa completamente empapada me metí en el coche y nos acercamos al hospital. Cero síntomas.

Llegamos alrededor de las 01:50 y no había nadie en la sala de espera... Estaba desierto. Me hicieron una exploración para ver cómo iba la cosa... MAL, iba mal... ¡¡Aún no había borrado ni siquiera el cuello del útero!! Iba verde no, lo siguiente. Me pusieron monitor alrededor de media hora y ahí no había señales de parto inminente...

La matrona leyó el plan de parto, se sentó en la cama de enfrente y me dijo que era un plan de parto muy razonable pero que en mi caso el tema de la vía no era negociable. Tenían que ponerme el antibiótico por Estreptococo positivo y se hacía mediante vía. Del resto no había problema y salvo que ocurriera algo, se respetarían mis deseos. Nuestros deseos.

La verdad es que mis experiencias anteriores con las vías habían sido tan horrorosas y mi miedo a las agujas es tal, que en esta ocasión no me dolió apenas. La matrona me transmitió mucha tranquilidad, su voz era pausada y cariñosa y cuando me fue a pinchar cogí aire, y antes de darme cuenta la vía estaba dentro. Me reconfortó la delicadeza que había empleado al saber de mi fobia a ser pinchada.

A las 02.30 aquello seguía igual y me mandaron a la habitación. Si en 12 horas el parto no se iniciaba, empezarían a estimular con oxitocina.

Nos metieron en una habitación donde había otra pareja con un recién nacido... Aquello me cortó bastante el rollo, la verdad... Sobre las 03:00 empezaron las contracciones y le pasé el móvil a mi marido para que controlara los intervalos con una de esas aplicaciones que te descargas en el teléfono. Parecía mentira, pero pasé de no sentir nada, a que las contracciones fueran cada dos minutos y en torno a un minuto de duración... La intensidad iba subiendo...

No me sentía libre de gemir o de moverme con total libertad por respeto a la pareja y al bebé con los que compartíamos habitación... Por lo que me limité a respirar y a balancearme de lado a lado moviendo la pelvis en cada contracción, apoyada sobre la pared con las piernas algo flexionadas y dejando libre de movimiento la zona, pensando y diciéndome a mí misma que cada una de ellas suponía una menos para estar con mi niña... Los balanceos alante y atrás me resultaban incómodos, me pareció curioso.

a las 03.30 le dije que quizá ya era hora de avisar. Aquello iba cogiendo ritmo y yo ya no podía con mi vida de dolor... Media hora... ¡¡MEDIA HORA!! Y ya estaba dilatada de 5 centímetros.

La matrona me preguntó que como quería parir. Y yo en ese momento le dije con estas mismas palabras: "¡Mira, que me rajo, quiero la epidural! ¡no puedo!! No soporto este dolor". Solo pensar en el expulsivo me entraba un miedo que me paralizaba y creía morir. Si con una dilatación de 5 centímetros los dolores eran tan intensos, ¿cómo iba a ser el final de la dilatación y el expulsivo?... ¡¡QUIERO LA EPIDURAL YA!! La matrona me dijo que iba muy bien, que la cosa marchaba bien, que confiara, pero yo le dije que me parecía estupendo, pero que llamara al anestesista...

La anestesista vino, me miró, miró a la matrona, se miraron mutuamente. Las dos me miraron a mí y le dijo a la matrona que no había tiempo... La matrona intentó buscar una forma de que pudiera ser, pero la anestesista negó con la cabeza y se reafirmó: No hay tiempo. No daba crédito ¿Cómo que no había tiempo? ¿Qué quería decir con eso?

En ese mismo momento sentí que la niña se abría paso y unas ganas de empujar que me venían desde lo más profundo de las entrañas y recorrían todo mi cuerpo empezaron a aparecer. Es difícil poner palabras a aquellas sensaciones que sentí. Se lo dije a la matrona, y ésta me invitó a hacer caso a mi cuerpo... Yo pensé que esa mujer estaba loca, ¡pero si hace un momento estaba de 5 centímetros cómo iba a ponerme a empujar! Pero me dijo que me dejara llevar.

Yo no daba crédito... 39 semanas preparándome mentalmente para traer a mi hija al mundo de la manera más respetuosa y natural posible y al final iba a ser así forzosamente... Me volvió a preguntar cómo quería parir y mi cuerpo instintivamente se colocó boca arriba en la cama. El cuerpo me pedía estar así. Mentalmente pensaba en ponerme de lado o a cuatro patas. Durante el embarazo había imaginado mil y una posturas para acompañar los pujos para evitar la horizontalidad, pero mi cuerpo en ese momento, o quizá fue mi cabeza, decidió que esa era la postura.

Empecé a pujar... En nada y menos pude tocarle la cabeza a la niña, el dolor era intenso, muy intenso. Grité en cada pujo como una loba. Sin restricciones, sin miedo, sin vergüenzas. Aquello dolía... La palabra que mejor lo define es INTENSIDAD.

Le pedí a la matrona que me diera pistas de cómo iba la cosa y me dijo que los pujos no estaban siendo muy eficaces, pero que estuviera tranquila, que la cosa marchaba bien y que lo estábamos haciendo genial, que no me preocupara. Seguía transmitiéndome tantísima calma con su manera de hablar... Sin embargo, yo escuché "pujos poco eficaces" y me quise morir... Y en ese momento dije, ¡¡A TOMAR VIENTOS!! En la siguiente contracción me dejé la piel, la garganta y los antebrazos y pujé.


La niña asomó la cabeza, luego salió un hombro, el otro, y en ese momento la matrona me invitó a ayudarla a salir completamente. Saqué a la niña con mis propias manos y la coloqué sobre mi torso desnudo. No puedo explicar lo que sentí o cómo me sentí. El dolor ya no importaba, había pasado y ya tenía a mi niña al otro lado de la piel. Hecha una bolita y llena de vérmix. Conmigo. En equipo. A las 05.12 de la mañana. La placenta salió sola a los pocos minutos y mi marido cortó el cordón umbilical cuando éste dejó de latir. Estuvimos juntos en todo momento y fue increíble poder vivir todo el proceso como si fuéramos uno. Veía sus caras de angustia al verme sufrir y supo en todo momento como contenerme, respetando mi espacio cuando así lo necesitaba, o agarrándome la mano cuando flaqueaba.

Un pequeño desgarro que se solucionó con apenas 7 u 8 puntos en total...

Nos dieron la oportunidad de grabar todo el parto y fue (y aún a día de hoy es) maravilloso poder verlo desde el otro lado. Haberlo vivido y haberlo sentido es algo que nadie nos puede quitar a las mujeres, pero el hecho de poder ver cómo me fui abriendo en canal, cómo se fue asomando poco a poco mi hija a este mundo, no tiene precio.

Quiero darle las gracias a Lola O'Shanahan, amiga y doula... Que en la distancia me escuchó, sostuvo, y abrazó en todo mi camino de preparación. Supo entender mis miedos y los acompañó haciéndome reflexionar sobre ellos. Dándome la mano para trabajarlos y superarlos. Por confiar en mí, por sentir, por hacerme ver que todo tiene un por qué, y que todo lo que vivimos nos enseña y nos marca e identifica como lo que somos. GRACIAS POR ACOMPAÑARME, pero sobre todo por confiar en mi fortaleza y hacerme creer que por supuesto PODÍA.

Verónica Saseta.

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