Así que, con el tiempo por delante de un embarazo, comenzó mi labor de investigación. Leía a todas horas. Me había convertido en una mono-tema-lectora: cuidados del bebé, lactancia, embarazo y, cómo no, parto. Leía experiencias de otras madres, consejos de matronas y ginecólogos,… de todo.
Acudí a las clases de preparación al parto de mi centro de salud y servir, no sé si me sirvieron de mucho, porque cuando llegaba la parte práctica en aquellas clases y tocaba "imaginad que os viene una contracción"; yo me sentía algo estúpida ¡cosa de primeriza claro! ¡Cómo iba a saber yo cómo era sentir una contracción de parto!
Mi embarazo fue bueno, y así llegamos al PT de las 40 semanas. Yo no sentía en mi cuerpo nada distinto salvo sentirme muy pesada, aunque mi yo interior ya se mordía las uñas por conocer a la personita que estaba gestando. Resultado del PT: no hay apenas contracciones. Nos ve la ginecóloga y estoy dilatada de 1 cm. Me habla de la maniobra de Hamilton. Yo ya había leído sobre ello y estábamos de acuerdo en que si nos informaban, no tendríamos problema en que nuestro parto fuera inducido por ese método. Tengo que reconocer que sí duele, pero la doctora paró en su realización tantas veces como le pedí, fue amable y nada brusca. Ahora tocaba volver a casa a esperar la efectividad o no, y si el parto comenzaba.
Aquella tarde me empecé a encontrar revuelta. Era una sensación muy parecida a estar premenstrual. Dolores que iban y venían. Recuerdo que no fui a la clase de gimnasia de embarazadas a la que acudía cada semana porque me sentía muy pesada, pero yo, todo fuera por ayudar a la causa, me preparé una gran taza de chocolate para merendar. Después de cenar, sentada en el fitball empecé a tener contracciones más regulares que registré hasta casi la medianoche, que decidimos ir al hospital. Fue en ese momento, al salir de casa, cuando rompí aguas.
Ya no volvería esa noche a casa. Ingresamos por rotura de bolsa, porque a pesar de dos horas con contracciones no había dilatado nada: ¡1 cm! Igual que en la mañana. Que desilusión. Nos llevan a la habitación de dilatación-paritorio y la matrona se queda conmigo a charlar un poco del plan de parto; en mi caso el libro del seguimiento del embarazo con todo anotado, pero ella me pidió que yo le contara lo que quería y en ese momento no me salió nada más que “cuida de mi hija y de mí”. Momento de miedito que me invadió porque ella me devolvió una sonrisa y fue sentirme tan entendida... Hablamos sobre cómo son los partos, la epidural y alguna cosa más que no recuerdo exactamente, y ya nos quedamos solos papá y yo. Deambulando por la habitación, charlando, respirando, contracción, respirando… dejando a mi cuerpo prepararse.
No puedo decir si llevaba mucho tiempo o no, y en una de esas contracciones expulsé ya el tapón pero como había bastante sangre avisamos a la matrona y, tras revisarme de nuevo, ya estaba de 4cm. Era el momento de ponerme la epidural. Lo peor a partir de ahí fue perder la deambulación. Estar tumbada e inmóvil fue horrible. Y la anestesia, aunque hizo que mi dolor no fuese a más, mantuvo la intensidad misma que cuando llegué. Le saqué a posteriori el lado positivo, pues a la hora del expulsivo era totalmente consciente de cuándo era el momento de empujar y ayudar a mi pequeña a nacer.
Allí tumbada a medio oscuras, de la mano de papá, le hacía llegar cada contracción en busca de una salida del dolor fuera de mí... Cuando regresó la matrona, ya tenía ganas de pujar y estaba dilatada. Ni siquiera dio tiempo a transformar aquella cama. Di a luz casi tumbada, en tres pujos. Sin desgarro ni episiotomía. En 7 horas y media, mi parto había terminado.
Por fin mi pequeña A estaba sobre mí. ¡Qué invasión de sensaciones! Estaba completamente pletórica de una nueva sensación que ha llenado mi corazón del amor más grande e incondicional que jamás había podido imaginar. ¡Qué maravilloso el piel con piel! Tan cerca, casi tan unidas como hacía unos minutos antes. Me enamoré, más aún si cabe, de lo que ya lo estaba antes de conocer a la personita que llevaba dentro. Había mucha gente a nuestro alrededor haciendo su trabajo con ella y conmigo, pero no nos molestaron nada. En mi mundo ya solo estábamos A, papá y yo. Sobre mi pecho, en aquella habitación, A comenzó nuestra aventura de la lactancia que aún perdura 15 meses después.
Lorena G.
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