Debido a una serie de circunstancias, llegó un momento durante el transcurso del parto en que decidimos ir al hospital. La acogida fue dura por venir de un parto en casa, pero conseguimos que dejaran que se quedaran acompañándome mi médico y mi pareja. Nos tocó una matrona que acababa de reincorporarse a su puesto de trabajo debido a que su marido había sufrido una penosa enfermedad y había fallecido, tema que nos relató con detalle, y que nosotr*s aguantamos con la esperanza de no indisponernos más con el personal y conseguir que nos concedieran retrasar el corte del cordón y hacer el piel con piel. No obstante, para mí era muy difícil estar de parto con esa charla, tumbada en una camilla, cubierta con una sabanilla y con la matrona sentada encima para impedir que me moviera. Con la oxitocina sintética puesta, cuando me venía una contracción dejaba que mi voz saliera con fuerza en lo que a mí me parecía una especie de canto que acompañaba mi respiración y a la vez también protesta por la conversación que escuchaba, y debido a eso la matrona se encontró con derecho de golpearme enérgicamente los muslos en varias ocasiones. En un determinado momento y sin previo aviso, me puso una inyección en la pierna. Me sentí tratada como si fuera una niña consentida a la que “hay que pegar un par de sopapos”, lo que yo pudiera decir no valía nada.
Cuando cerca de la medianoche por fin entramos en el paritorio, con sus fuertes focos, se produjo una discusión entre la matrona y mi médico de casa porque ella se empeñó en hacerme la episiotomía y en cortar el cordón inmediatamente. Me parecía estar en medio de una batalla, me sentía triste, agotada, y deseando que acabase todo. Cuando al final salió mi hijo como un hermoso pez, tuvimos un minuto para mirarnos y enamorarnos antes de que nos separaran y me tuvieran toda la noche en observación, medio drogada. Me habían robado mi parto.
Yo en esos días no fui consciente de la ruptura del vínculo con mi bebé pues, como cualquier madre, me sentía muy feliz con él. Fue necesario que se produjera la lenta recuperación de ese vínculo primordial a través de la lactancia para darme cuenta de la gran diferencia que había con el sentimiento de los primeros días. El trauma vivido durante mi primer parto me acompañó durante años.
Han pasado tres décadas. El parto en casa sigue siendo minoritario en occidente, pero a la vez se ha extendido entre mujeres concienciadas e informadas. En algunos países es una opción generalizada dentro de la sanidad pública. Los partos hospitalarios ya permiten el acompañamiento de la mujer por una persona allegada, ya no rasuran, la episiotomía es algo menos frecuente, se permite la deambulación durante la dilatación, se fomenta el piel con piel… Indudablemente hemos avanzado en sensibilidad, y poco a poco seguimos mejorando gracias al movimiento de mujeres organizadas, como la asociación El Parto Es Nuestro, y a profesionales concienciados, especialmente en el sector de matronas.
Pero como en todo avance, se produce también un movimiento en contra, de resistencia, que no solo alerta con información sesgada de los grandes peligros del parto en casa sino que también se considera con derecho para detener a una mujer en pleno proceso e ingresarla a la fuerza por orden judicial en un hospital (de nuevo en Oviedo) por la única e insuficiente razón de que su gestación pasaba de las cuarenta y dos semanas. Nos siguen tratando como si fuésemos niñas consentidas que necesitamos “un par de sopapos”. A pesar de los avances, ¡cuánto nos queda por trabajar!
Os animo a todas aquellas que os sintáis identificadas a que os unáis a otras, os manifestéis, os hagáis oír… para que en nuestra sociedad desarrollada las mujeres podamos elegir nuestro parto libremente, y nuestr*s hij*s puedan nacer en un entorno sin violencia. Como dice el obstetra Michel Odent, “para cambiar el mundo primero hay que cambiar la forma de nacer”.
Isabel Gutiérrez del Campo
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