No suelo recibir demasiadas opiniones no deseadas por parte de desconocidos cuando
me detengo por la calle a amamantar a mi hija. Quizá porque hasta ahora la niña
no había entrado en esa edad a partir de la cual, culturalmente, resulta
chocante en nuestra sociedad que un bebé siga mamando (cifra muy relativa que
en la percepción de algunas personas se sitúa incluso por debajo los 6 meses de
lactancia exclusiva recomendados por la OMS y la AEPED). O quizá porque en esta
tierra la gente es de naturaleza reservada y lo piensa pero no lo dice. A
juzgar por lo que leo de otras madres de lactantes, parece una práctica
bastante habitual la de ofrecerles juicios no demandados, repletos de mitos,
cuando no directamente amonestaciones.
El otro
día, sin embargo, acudí a un acto cultural con mi hija de 18 meses y le di el
pecho cómodamente sentada en mi butaca. Algo muy recomendable si se quiere
contribuir a que una peque se sienta a gusto y relajada e interrumpa lo menos
posible la actividad en cuestión. A pesar de recibir amables sonrisas y miradas
de ternura por parte de algunos de los asistentes, cuando terminó la velada,
también recibí una de esas injerencias inesperadas: una mujer de unos 60 años
se me acercó y me brindó su aportación “opinológica”, articulada principalmente
en tres preguntas/sentencias:
1. ¿Todavía le das pecho?
2. Pero ya no sacará nada, ¿no?
3. Además, eso a estas alturas ya no alimenta.
En las
redes, en foros y grupos de madres, se encuentran sin dificultad ocurrentes respuestas
para este tipo de preguntas, basadas, en diferentes combinaciones, en
estrategias como cortar al interlocutor todas sus posibles ganas de meterse en
lo que no le importa, sorprender/noquear por medio del humor o el sarcasmo,
poner en evidencia su atrevimiento o dar por terminada cuanto antes la
conversación. Como yo tengo tendencia a responder de la forma más afable
posible a quien no conozco (nunca se sabe), esos recursos no me resultan
demasiado cómodos. Además, me da rabia desaprovechar la oportunidad de lanzarle
un par de pildoritas a quien me lo pone en bandeja, por si le sirven para
desechar sus falsas creencias y ampliar aunque solo sea un poquito su visión.
No lo puedo evitar; me debo estar volviendo demasiado militante, en esto de la
lactancia.
Así
que, a la primera pregunta, me limité a asentir suavemente con la cabeza (el
hecho era obvio). A la segunda, le contesté: “¿Que no saca nada? ¡Claro que
saca! ¡Si se escuchan perfectamente los tragos que da! Eso cuando no se le
escapa y se ve salir el chorro...” Y a la tercera le contesté que por supuesto
que alimentaba, que de hecho hacía una semana había estado con gastroenteritis
y lo único que accedía a comer era teta… y que así yo estaba tranquila sabiendo
que estaba bien nutrida e hidratada.
No
seguí porque tampoco pretendía ser pesada, y la cara de la desconocida ya
mostraba una cierta turbación. Pero me habría gustado decir muchas cosas más.
Me
habría gustado preguntarle si, al hacer la compra en el supermercado, se paraba
alguna vez a pensar cuánto tiempo llevarían ordeñando a esa vaca con cuya leche
habían llenado el tetrabrik que se llevaba a casa; si alguna vez había tenido
dudas sobre las cualidades alimenticias del producto, ya que no tenemos acceso
a datos como la edad de la vaca y el tiempo que hace que parió a su ternero.
Pero, sobre todo, me habría gustado compartir una reflexión que hace tiempo me
ronda la cabeza: ¡Qué poderosa es la industria, que es capaz de convencer a las
mujeres de que la leche de un animal desconocido tiene más calidad que la que
producen nuestros cuerpos específicamente para alimentar a nuestras crías! ¡De
qué forma tan letal ese mercado global del que hasta las personas formamos
parte nos ha robado la autoestima, hasta el punto de convencernos de que nuestros
pechos no valen, nuestra leche es aguada, el alimento que mana de nosotras no
es bueno ni suficiente!
Me gustaría pensar que algunas de las mujeres a las que os han llegado estas
palabras estaréis sonriendo en este momento, sintiéndoos nutritivas y poderosas.
Hayáis amamantado o no a un bebé, todas vosotras sois mucho más auténticas que
esas imágenes distorsionadas que se empeñan en vendernos. No lo olvidéis cuando
alguien, conocido o no, intente convenceros de lo contrario.
Minerva López
QUÉ IDENTIFICADA ME SIENTO CON TODO LO QUE DICES
ResponderEliminarGracias. Me alegro de hacer de altavoz de más madres.
EliminarHoy estoy molesta por el programa de tve de los médicos..no me gusta como han tratado la lactancia prolongada.eo si ha sido de forma sibilina..horrible.
ResponderEliminarYa, África. Todavía queda mucho para que la población en general comprenda la importancia de la crianza amorosa.
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