El síndrome del nido existe, o
eso parece, pues muchas futuras madres relatan esa urgencia que les asalta,
sobre todo al final de la gestación, por completar los preparativos de la
habitación que destinan a sus bebés, o la bolsa con los productos que
necesitarán llevarse al hospital.
Yo no tengo registros mentales de
haber atravesado esa fase, o al menos no de manera muy definida, pero sí
recuerdo con cierto estrés las dudas a la hora de decantarnos por un modelo de
carrito o una cuna de colecho.
En general, en las madres de mi
alrededor, esas tareas generaban una intensa sensación de disfrute. Es cierto
que la imaginación vuela cuando estás embarazada, y sostener en las manos un jersey
diminuto que te permite visualizar en tu cabeza el pequeño cuerpecito que se
ajustará a él provoca unas oleadas de cosquillas en la tripa que me sacudieron
hasta a mí. Lo confieso.
Pero luego aterrizas de golpe en
la realidad, y el bebé que acaba de nacer reacciona a esa cuna carísima como si
tuviera los pinchos de una cama de fakir (da igual cuán pegada esté a la cama
de matrimonio, esta última le resulta preferible); o llora con la vehemencia de
un gato escaldado cuando pretendes sacarlo a pasear en ese capazo virguero con
multitud de accesorios y posiciones (y acabas anudándotelo con un fular al
cuerpo como única manera de sobrevivir). Los chupetes que guardabas por si
acaso, aunque tenías claro que no querías utilizar (al menos el primer mes,
para no interferir en la lactancia), pero que acabaste probando por pura
desesperación, los escupe como si los hubieras mojado en lejía. Ese conjunto
tan mono que compraste para vestir el grupo 0+ lo desechas completamente tras
leer que el famoso "huevo" no debe utilizarse para pasear al bebé más
de una hora por riesgo de asfixia, sino exclusivamente como silla de seguridad
para el coche, en cuyo caso debe utilizarse sin fundas ni edredones para
preservar sus cualidades ignífugas. Todas las cremas, geles y champús súper
naturales que habías elegido le irritan o resecan la piel al bebé. La ropita, ésa
tan cara que te han regalado, con petos-ranita y camisas con multitud de
botoncitos, te resulta tan incómoda de poner y quitar (al ritmo de cacas y
pises que lleva la criatura te pasas el día abrochando y desabrochando) que
acabas vistiéndole todos los días a base de pijamas o polainas de algodón. Los
vestiditos de lazos se quedan sin estrenar en el cajón. La habitación del bebé,
con sus colores cuidadosamente elegidos y su cenefa de animalitos, se convierte
en ese lugar donde acumular trastos, porque ha quedado claro que tu bebé no
piensa separarse de ti ni en pintura, probablemente ni mientras necesitas
ducharte o alimentarte, mucho menos para dormir sus siestas o simplemente
estarse quieto.
Moraleja: tu futuro bebé va a
necesitar (necesitar realmente, necesitar de verdad) muy pocas cosas, desde
luego muchas menos de las que te van a intentar vender. Y las que necesite,
probablemente las descubrirás después de su nacimiento, cuando os vayáis
conociendo y descubras qué le va bien y qué no.
Sin embargo, al menos si
consideras la opción de dar el pecho, hay una cosa que puedes preparar que sí
te servirá. Con seguridad. Es muy sencilla, no compromete a nada y solo tienes
que hacer una pequeña inversión de tiempo, pero pocas mamás piensan en ello: prepara tu lactancia. Acude a una reunión de La Buena Leche,
o de tu grupo de lactancia más próximo, mientras estás embarazada. Escucha las
experiencias de otras madres. Consulta tus miedos y tus dudas. Infórmate.
Conócenos, pasa una tarde agradable con nosotras y nuestros peques, ponnos cara
para que no te cueste llamarnos si te encuentras con algún problema en los
inicios de tu lactancia.
Seguro que te costará menos
esfuerzo que elegir un carrito, y te lo pasarás mucho mejor.
Minerva López
Precioso, por suerte con el segundo hijo es todo mucho mas fácil
ResponderEliminarGracias por estar allí chicas de LBL
Muchos besos