A veces sólo nos damos cuenta de lo que tenemos cuando lo perdemos. Ésta es una frase que se ha hecho tópica, pero no por ello sabemos siempre evitar esa situación. Por lo visto, nos acostumbramos tanto a lo que tenemos cerca que a menudo dejamos de valorarlo. Nos parece que nunca nos va a faltar. A veces hasta nos sobra, de tanto verle los defectos. Somos una sociedad quejosa, que aprendemos rápidamente a ver lo incómodo, las pegas, las dificultades, y en cambio se nos nubla la vista para las humildes ventajas que disfrutamos. Lo malo es que cuando perdemos algo, luego cuesta mucho recuperarlo. Qué difícil es volver a aprender a caminar o a hablar después de un accidente… qué difícil recuperar lo destruido tras una guerra… qué fácil olvidar cómo se hace algo a mano porque ahora se hace de forma industrial…
Este no valorar lo que tenemos como si siempre fuera a estar ahí, sin cambios, nos ha ocurrido con el medio ambiente, que sólo desde hace unos pocos años nos hemos dado cuenta de que podemos perderlo si no lo cuidamos. Tanto es así que, como a casi todo lo frágil, se le ha dedicado un día al año para llamar la atención sobre el tema y concienciar a la población sobre el mismo. Y, como en tantas otras ocasiones, ese día suele pasar desapercibido entre los múltiples quehaceres cotidianos, perdido entre los problemas gravemente urgentes.
Otra falta de valoración debida al progreso ha sido la de la cultura del amamantamiento. De tan normal que era la hemos abandonado alegremente y en pocas décadas hemos olvidado cosas esenciales. Lo que para nuestras bisabuelas o tatarabuelas era algo necesariamente incuestionable y relativamente fácil, para las mujeres actuales está lleno de obstáculos que vamos salvando como podemos. Pensábamos que era algo puramente instintivo y que se daba solo, y hemos comprobado que además de una parte instintiva hay otra que es aprendida de mujer a mujer, viendo, observando, compartiendo, impregnándote por todos los poros de pequeños gestos y maneras de hacer, y algo en lo que no sólo interviene pasivamente nuestro cuerpo sino que nuestra mentalidad y emociones se ven afectadas. Debido a esa pérdida, ha sido necesario que en todas partes se hayan ido creando numerosos grupos de apoyo como el de La Buena Leche.
Lactancia materna y medio ambiente van unidos de la mano, ya que la naturaleza ha equipado a cada mujer, como mamífera que es, con ese modo de alimentar a su cría. Autoproducción, kilómetro cero, sin emisión de humos, sin stocks, sin intermediarios, sin contaminar, de bajo coste, de mínimos residuos y además orgánicos. Siempre a punto, lista para tomar. Cuando pensamos en dar el pecho o no a nuestro/o hijo/a, solemos tener en cuenta otros motivos, pero no solemos pensar que también tenemos una repercusión en el medio ambiente.
Hay un pequeño porcentaje de mujeres que no podrán disfrutar de esta opción por diversos motivos. Pero la mayoría podemos tener la confianza de que nuestro cuerpo está perfectamente equipado “de serie” con un complejo sistema hormonal que lo hará posible. La ayuda emocional nos la aportará nuestro entorno familiar y el grupo de apoyo a la lactancia que tengamos más cerca.
A la vez que aprendemos a cuidar a nuestra criatura, creamos lazos con otras mujeres y aprendemos a cuidarnos a nosotras mismas. Y sin un gramo más de esfuerzo, cuidamos de nuestro planeta.
Isabel Gutiérrez
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